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LA GRAN FAMILIA DE LA ASUNCIÓN

Soy antigua alumna de la Asunción Vallecas y me dispongo ahora a escribir unas líneas para el que en mi adolescencia fue y todavía hoy, gracias a la existencia de mis hijos, sigue siendo mi colegio…

Pero… ¿cómo comenzar entonces a escribir? Lo primero que me viene a la mente es la imagen del edificio, con esa apariencia carcelaria… aunque curiosamente, para mí fue todo lo contrario.

Son tantas las experiencias, amigos y retos personales que viví durante el bachillerato, que desde lo más profundo de mi corazón se me hace imposible el redactar la razón por la cual decidí que mis hijos debían estudiar en el colegio.

Fue precisamente en este humilde colegio de barrio donde adquirí un sinfín de vínculos amistosos, personales y emocionales que todavía hoy son la esencia de mí misma como persona.

De aquellos años me llevo a los que considero hoy mis mejores amigos. Me acuerdo cuando nos peleábamos por las tardes al estudiar y repasar aquellas fórmulas químicas imposibles que Margarita trataba de hacernos llegar de forma sencilla, o cuando tarareábamos los estribillos de las canciones en inglés con la inagotable y siempre jovial Alicia.

Todos esos momentos todavía dejan huella en mí. Con ellos, poco a poco fui creciendo y afirmando en mis valores, creencias. Todos ellos han sido escalón imprescindible de mi aprendizaje y ahora en la fase adulta rodeada por mis hijos sigo creciendo. Sin duda hoy puedo afirmar que todas aquellas vivencias en mi colegio han marcado mi propia existencia. Su forma de vivir solidaria, humilde y comprometida con el entorno más cercano, es algo que apenas entonces me era apreciable en el aula, pero que curiosamente te impregna. Posiblemente cualquier alumno que haya pasado por el colegio sentirá una empatía cercana al recordar aquellos momentos inolvidables.

En las agendas de mis hijos pervive el lema de “sólo sirviendo a los demás, la vida propia alcanza las más altas dimensiones”. Este colegio acoge y enseña con amor verdadero a nuestros hijos desde la más tierna infancia, instruyéndoles hasta convertirlos en comprometidos adolescentes y transformándolos, por último, en responsables ciudadanos.

Creo que fueron entonces la paciencia y ternura infinita de aquellos docentes y siguen siendo hoy la clave exitosa del colegio de La Asunción. Tarea meritoria, y no poco costosa, la de instruir y llevar dela mano a tus alumnos.

Yo misma hoy, y de forma casi circunstancial, me veo “profe” de adolescentes. Cada nuevo curso me supone un reto personal y profesional, pues se te encomienda llevar a buen puerto a un grupo de jóvenes adolescentes, imprevisibles emocionalmente por lo general, no siempre motivados y muchas veces desganados, desinteresados y hastiados por tener que estar escolarizados.

En esos momentos de desequilibrio, desajuste y muchas veces falta de coherencia entre lo que el Estado pretende dar como formación y lo que la propia sociedad refleja es cuando recuerdo los momentos vividos en la Asunción. Veo entonces con claridad cuán grandes eran mis profesores, qué sabios sus consejos y qué bien llevado aquel lema de “se predica con el ejemplo”, que hoy considero máxima mía.

Posiblemente las asuncionistas pretendieron siempre inculcar sus valores humildes, cristianos y humanos y yo sigo pensando que no me he equivoco al apostar por mi antiguo colegio para la educación de nuestros pequeños ¡Aúpa el colegio de La Asunción. Felicidad y prosperidad en todos sus venideros años!

                         Inmaculada Torres

  (Antigua alumna del colegio de La Asunción Vallecas durante el Bachillerato hace 20 años)

Este artículo forma parte del Nuevo nº de la REVISTA DE ANTIGUOS ALUMNOS.